domingo, 9 de febrero de 2020

EL HOMBRE DEL SAXO

Hace tiempo que se lo debía, sin embargo, siempre encontraba un tema mejor del que hablar, o se me olvidaba su triste figura. Pero esta mañana, de primavera anticipada y sol amable, el semáforo me hizo parar y contemplarte durante unos minutos, los justos para resumir nuestra vida juntos…

Recuerdo aquella otra mañana de hace treinta y cuatro años, yo acababa de aterrizar en Madrid, recién casada y pegada a una nube de algodón dulce, cuando mi marido se incorporó al trabajo, y me quedé sola rodeada de cajas con mis chismes; estos no me consolaron, muy al contrario, hicieron despertar a la chica de provincias echando de menos a su Valladolid natal, familia, amigos, perro y trabajo. Salí corriendo de aquellas paredes que no sentía mías y deparé en una plaza. Había un hombre joven tocando un saxo. Su música tan triste como desafinada hizo aún más mella en mi ánimo, y decidí sentarme en un banco a mezclarme con esa melodía afligida y alicaída como yo. Perdí la noción del tiempo y, en un momento dado, me di cuenta que mis lágrimas rodaban a ninguna parte, el saxo había enmudecido, y un hombre me observaba desde el otro extremo del banco.
- Niña, ¿qué te pasa?, ¿puedo ayudarte? –me miraba con la ternura del que comprende.
- Nada, no me pasa nada- y detrás de mi respuesta, aún más llanto.
- Me llamo Mariano y, ¿tú?
- Belinda-dije seca, lacónica-… ¿Sabes tocar otra cosa?
- No. El saxo es de uno que dormía junto a mí a orillas del Manzanares. Se murió abrazado a él y yo me lo llevé. Soy autodidacta.
- Lo haces muy mal.
- Lo sé, pero a mí me gusta ese sonido, lo he inventado yo, y me suena a mí.

Me levanté sin más, dije un adiós sin mirar hacia atrás y, desde entonces, ahí ha seguido, debajo de un chopo retorcido que, en verano, le da sombra y, en invierno, sus ramas tintinean frio y agua sobre su triste melodía. Nuestros encuentros se han escrito a través de los años en unas monedillas y un “¡Hola Mariano!, ¡Hola Belinda!” Sin mirarnos siquiera, y con el mismo lamento del saxo de un hombre muerto.

Y esta mañana, rociada de la vida de una primavera anticipada y benévola, el semáforo ha interrumpido mi paso, y me he quedado reconociendo la sombra sin hojas del chopo y su dueño. Han venido a mí tantas sensaciones como reconfortantes cada una de ellas. Sin saber de nuestras vidas, era un decálogo de sinfonías que hacían identificarme con Mariano plenamente.

- ¡Buen día, Mariano!-me he parado por primera vez ante él después de treinta y cuatro años. Ha dejado de tocar y me ha sonreído con una boca vacía, y un mechón cano cubriendo la frente arada. Su mirada me ha parecido un cafetal de ricos aromas a verdad- Oye, ¿Cuándo vas a dejar de tocar esa canción espantosa?
- Nunca, Belinda, nunca. Soy yo y me gusta, me hace feliz- me ha vuelto a mirar con la ternura de un padre cuando abraza en la distancia a un hijo- Y tú, ¿cuándo vas a abandonar la nostalgia?
- Nunca, Mariano, nunca. Me hace sentir cerca de lo que amo y no está en este asfalto que pisamos.

He dejado las monedas de rigor y, sin despedida, he reemprendido mi marcha. Tras de mí volvía a sonar un saxo desafinado del hombre que quiso ser lo que es.

M Ángeles Cantalapiedra, escritora
©Largas tardes de azul ©Al otro lado del tiempo ©Mujeres descosidas ©Sevilla...Gymnopédies

No hay comentarios: