HOY…
- Don
Eusebio… Me gustan las adivinanzas, los misterios… De sobra sé que tengo una
imaginación calenturienta, pero es que el tema que he encontrado en la hemeroteca
sobre aquel accidente en mil novecientos cincuenta y ocho, en las minas de San
Siriato, me parece fascinante… ¿Me podría valer como tesina?…
-Inténtelo, Aurora, ya veremos si vale o no. Usted es demasiado cabezota, de nada servirá que le diga que no.
-Inténtelo, Aurora, ya veremos si vale o no. Usted es demasiado cabezota, de nada servirá que le diga que no.
-Gracias,
Don Severiano, no le defraudaré.
AYER…
-Buenas
tardes Srta. Martínez… Cuéntenos, por favor, lo sucedido. La escuchamos.
-¿Seguro que
me quieren escuchar? Sé de fuentes solventes y para nada cotillas que no es la
primera vez que vienen a narrarles algo parecido y, una vez contado, no sólo se
conformaron con echar de aquí a esa buena gente sino que, además, les trataron
de tarados.
-Bien sabe
Srta. Martínez que en estas tierras abundan las personas incultas y timoratas.
En cambio usted…
-Yo soy
igual que ellas. Esa gente merece un respeto. Son seres humanos que, por la
actitud de ustedes, ahora están más asustados y piensan que, justamente
ustedes, el cuerpo de policía quieren acallar unos rumores, tal vez por
intereses, ¿no cree usted?
-Srta.
Martínez bien sabe que jamás hemos fallado a su familia. Tenemos en gran
consideración a su difunto padre que, en la gloria esté.
-Mi padre
era un ser pendenciero con mínimos principios. Buen padre y esposo, eso sí,
pero el resto del mundo lo utilizaba vilmente y cuando nada podía aprovechar, simplemente
los tiraba al cubo de basura.
-Cómo puede
ofender de esta manera la memoria de su padre…
-No digo
nada nuevo bajo el sol, capitán Campos. Sí, tal vez haya omitido
deliberadamente su honda relación con mi padre. Los enormes favores que se
hicieron ambos. Lo recuerda, ¿verdad?
-Éramos muy
amigos, sí, casi como hermanos, por eso me duele tanto sus palabras, Srta. Martínez, creo que no sabe muchas cosas
de su padre.
-¿Sí? ,
¿Usted cree que aún no sé cosas de mi padre? Tal vez entonces es el momento de
que me las cuente…
-Póngase
cómoda, por favor… Han pasado muchos años… Conocí a su padre cuando faltaban
unos pocos meses para terminar la guerra. Recuerdo que estaba obsesionado por
salvar a los insalvables, por eso nos hicimos tan amigos. Los dos creíamos en
la justicia, daba igual el bando en que nos había tocado vivir aquellos años.
Llegué al pueblo con las fuerzas nacionales. Su padre, era un ciudadano
respetable con las apariencias de estar en el bando que ganaría meses después.
Rico hacendado, teniente alcalde, toda la gente del pueblo hablaba maravillas
de él, créalo por seguro, Srta. Martínez… No sé por qué no me chocó aquella
respuesta ciudadana ya que a los que fuimos apresando del bando republicano
también hablaban bien de él.
Una noche en
la que me quedé de guardia, al estar el pueblo tan tranquilo, decidí dar un
paseo por los campos adyacentes cuando, de pronto, vi unas sombras que se
movían con sigilo. Me agazapé para poder observar aunque no distinguía quienes
podían ser. En total eran tres sombras…, y me dispuse a seguirlas. Cuando
llegaron al pueblo se encaminaron hacia la plaza y, una vez allí, se dirigieron
a la librería. Uno de ellos sacó las llaves y entraron los tres. Entonces me
pregunté, ¿en qué lío anda metido el librero? Esperé y esperé y, a eso de la
una de la madrugada, la puerta de la librería se abrió. Solo salió una persona
y no era precisamente el dueño… ¿Sabe quién era, Srta. Martínez? Nada menos que
su padre. No le detuve sino que esperé al día siguiente y, cuando estaba tomando
un café plácidamente en el casino, me acerqué a él como el que no quiere la
cosa.
-Buenos días
don Raimundo, ¿puedo compartir con usted el café?
-Por
supuesto capitán Campos, siéntese… ¿Cómo van las cosas por el cuartel? ¿Han
apresado a algún maqui más?
-No, Don
Raimundo, aún no, pero estamos cerca, no crea.
-Cuénteme,
cuénteme… Bueno, disculpe mi osadía, si es que lo puede contar…
-Sólo
retazos… ¿Usted conoce bien a don Gervasio?
-¿Don
Gervasio, el librero?
-Sí.
-Magnífica
persona, se lo aseguro, no hay dobleces en él… No me vendrá ahora, capitán Campos,
que don Gervasio es un sospechoso…
-No, no,
tranquilo, pero me ronda en la cabeza que puedan estar utilizando a su persona.
-¿Qué me
dice?
-Usted no
habrá visto u oído algo…
-¿Yo? No, en
absoluto…
Entonces,
Srta. Martínez, él, su padre, se dio cuenta que yo sabía algo, se vio
acorralado y acercándose hacia mí, habló en voz baja y me dijo:
-Capitán
Campos, he notado en usted buen juicio ¿Usted cree de verdad en esta barbarie
de guerra? Creo que usted piensa parecido a mí… Su padre me miró de una forma
que comprendí al instante que, no solo confiaba en mi discreción, sino además,
deseaba hacerme su cómplice… Y lo logró, Srta. Martínez. A partir de aquel día
nos unió la justicia tan como la entendíamos ambos.
… La
librería poseía un pasadizo por el cual cada noche íbamos liberando a gente
para que huyera… Hasta que sucedió la desgracia.
-¿De qué
desgracia me habla?
-Ya sabe
cómo son en los pueblos, más, en aquel entonces. El miedo atenazaba a todos, y
todos sospechaban de todos, los chivatazos eran constantes, daba igual que
fuera verdad o mentira y, en uno de esos chivatazos se descubrió el pasadizo.
Ese día su padre y yo, sorprendentemente, estábamos a esa hora en el casino y,
mientras disimulábamos tomando un café, estábamos trazando las líneas a seguir
para esa noche ya que nos traían un camión repleto de gente que huía.
Dos de mis
soldados, aburridos por un chivato, al fin le hicieron caso y se acercaron a la
librería, descubriendo el pastel. En el pasadizo en aquel momento habría una
treintena de fugitivos esperando una orden.
Mis soldados sin encomendarse a nadie, decidieron destruir el pasadizo y
con él a toda la gente que se encontraba escondida. Todo quedó anegado… Les
tuve que condecorar al final de la guerra… Y eso es todo, Srta. Martínez…
-…
Desconocía esa parte de la vida de mi padre… Gracias por narrármela… Sin
embargo no me ha aclarado nada.
-Piense,
piense, Srta. Martínez…
-Mejor,
dígamelo usted… Desde hace años, muchos, corre una leyenda por el pueblo. Nunca
la hice caso…, hasta que la he vivido en primera persona. Explíquemela, por
favor…
-Si alguien
estuviera escuchando esta conversación, nos encerrarían a los dos… La leyenda,
Srta. Martínez es cierta, lo que ha vivido usted, también.
-Usted no
sabe que me encerraron en la librería sin venir a cuento, que he pasado la
noche encerrada allí. Sombras pululando a mi alrededor y diciéndome todas al
unísono “Libertad” ¿Qué es eso capitán Campos?
-… Tal vez
las ánimas atrapadas desde aquel fatídico día… También he sufrido yo eso mismo.
La diferencia que a mí me vienen a buscar a mi casa, durante la noche. Hasta
tal punto, que he tenido que mudarme de habitación para que mi esposa no se
enterara…
-¿Qué vamos
a hacer…?
-Liberarlas,
Srta. Martínez, liberarlas.
-Sí pero,
¿cómo?
-Explosionando
la entrada y luego enterrando sus restos cristianamente.
-Entonces…
Todo el pueblo sabría que es cierta la leyenda y… saldría a relucir toda la
verdad.
-¿Qué
quiere? ¿Qué todo siga igual? ¿No es mejor hacer justicia de una vez? Su padre
no está, pero las ánimas saben quién es usted y nos han venido a buscar a los
dos.
-Bien, usted
dirá…
-Mañana, a
las doce treinta, que es la hora en la que sucedió la tragedia, la espero en el
camino de la fuente… ¿Sabe qué camino la digo?
-Cómo no
saberlo si mi padre estaba obsesionado con aquel lugar…
-Era la
salida del pasadizo… Hasta mañana, entonces, Srta. Martínez
HOY…
-¿Qué haces,
Aurora?
-Leyendo una
noticia de mil novecientos cincuenta y
ocho…
-¿Y qué dice
para tenerte tan ensimismada?
-Te leo:
“Ayer dos de
junio de mil novecientos cincuenta y ocho, sucedió una tragedia de enorme
calado en la comarca por haber fallecido dos insignes vecinos, en uno de los pueblos de la sierra norte, en
concreto en San Siriato. Estalló una de las minas que estaban en el camino de
la fuente quedando atrapados el capitán Campos y la Srta. Cristina Martínez. Las
causas se ignoran. Entre todos los escombros han sido hallados, además, restos
humanos. Hoy recibirán cristiana sepultura.
Desde hace
años en San Siriato corría una oscura leyenda de unas ánimas que pedían
libertad. Los vecinos siempre estuvieron muy asustados aunque ninguno supo dar
razón nunca de dónde provenía dicha leyenda”
2 comentarios:
Casi, casi... parece el juego del "teléfono roto" al que hemos jugado todos de niños. Me ha gustado Mª Ángeles. Un fuerte abrazo desde el blog de la Tertulia Cofrade Cruz Arbórea.
http://tertuliacofradecruzarborea.blogspot.com/
Genial como siempre.
Te deseo con mucho carino lo mejor para el 2013.
Un besazo.
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