jueves, 31 de mayo de 2012

LA PEQUEÑA LIBRERÍA DE LA ESQUINA


HOY…
- Don Eusebio… Me gustan las adivinanzas, los misterios… De sobra sé que tengo una imaginación calenturienta, pero es que el tema que he encontrado en la hemeroteca sobre aquel accidente en mil novecientos cincuenta y ocho, en las minas de San Siriato, me parece fascinante… ¿Me podría valer como tesina?… 
-Inténtelo, Aurora, ya veremos si vale o no. Usted es demasiado cabezota, de nada servirá que le diga que no.
-Gracias, Don Severiano, no le defraudaré.
AYER…
-Buenas tardes Srta. Martínez… Cuéntenos, por favor, lo sucedido. La escuchamos.
-¿Seguro que me quieren escuchar? Sé de fuentes solventes y para nada cotillas que no es la primera vez que vienen a narrarles algo parecido y, una vez contado, no sólo se conformaron con echar de aquí a esa buena gente sino que, además, les trataron de tarados.
-Bien sabe Srta. Martínez que en estas tierras abundan las personas incultas y timoratas. En cambio usted…
-Yo soy igual que ellas. Esa gente merece un respeto. Son seres humanos que, por la actitud de ustedes, ahora están más asustados y piensan que, justamente ustedes, el cuerpo de policía quieren acallar unos rumores, tal vez por intereses, ¿no cree usted?
-Srta. Martínez bien sabe que jamás hemos fallado a su familia. Tenemos en gran consideración a su difunto padre que, en la gloria esté.
-Mi padre era un ser pendenciero con mínimos principios. Buen padre y esposo, eso sí, pero el resto del mundo lo utilizaba vilmente y cuando nada podía aprovechar, simplemente los tiraba  al cubo de basura.
-Cómo puede ofender de esta manera la memoria de su padre…
-No digo nada nuevo bajo el sol, capitán Campos. Sí, tal vez haya omitido deliberadamente su honda relación con mi padre. Los enormes favores que se hicieron ambos. Lo recuerda, ¿verdad?
-Éramos muy amigos, sí, casi como hermanos, por eso me duele tanto sus palabras,  Srta. Martínez, creo que no sabe muchas cosas de su padre.
-¿Sí? , ¿Usted cree que aún no sé cosas de mi padre? Tal vez entonces es el momento de que me las cuente…
-Póngase cómoda, por favor… Han pasado muchos años… Conocí a su padre cuando faltaban unos pocos meses para terminar la guerra. Recuerdo que estaba obsesionado por salvar a los insalvables, por eso nos hicimos tan amigos. Los dos creíamos en la justicia, daba igual el bando en que nos había tocado vivir aquellos años. Llegué al pueblo con las fuerzas nacionales. Su padre, era un ciudadano respetable con las apariencias de estar en el bando que ganaría meses después. Rico hacendado, teniente alcalde, toda la gente del pueblo hablaba maravillas de él, créalo por seguro, Srta. Martínez… No sé por qué no me chocó aquella respuesta ciudadana ya que a los que fuimos apresando del bando republicano también hablaban bien de él.
Una noche en la que me quedé de guardia, al estar el pueblo tan tranquilo, decidí dar un paseo por los campos adyacentes cuando, de pronto, vi unas sombras que se movían con sigilo. Me agazapé para poder observar aunque no distinguía quienes podían ser. En total eran tres sombras…, y me dispuse a seguirlas. Cuando llegaron al pueblo se encaminaron hacia la plaza y, una vez allí, se dirigieron a la librería. Uno de ellos sacó las llaves y entraron los tres. Entonces me pregunté, ¿en qué lío anda metido el librero? Esperé y esperé y, a eso de la una de la madrugada, la puerta de la librería se abrió. Solo salió una persona y no era precisamente el dueño… ¿Sabe quién era, Srta. Martínez? Nada menos que su padre. No le detuve sino que esperé al día siguiente y, cuando estaba tomando un café plácidamente en el casino, me acerqué a él como el que no quiere la cosa.
-Buenos días don Raimundo, ¿puedo compartir con usted el café?
-Por supuesto capitán Campos, siéntese… ¿Cómo van las cosas por el cuartel? ¿Han apresado a algún maqui más?
-No, Don Raimundo, aún no, pero estamos cerca, no crea.
-Cuénteme, cuénteme… Bueno, disculpe mi osadía, si es que lo puede contar…
-Sólo retazos… ¿Usted conoce bien a don Gervasio?
-¿Don Gervasio, el librero?
-Sí.
-Magnífica persona, se lo aseguro, no hay dobleces en él… No me vendrá ahora, capitán Campos, que don Gervasio es un sospechoso…
-No, no, tranquilo, pero me ronda en la cabeza que puedan estar utilizando a su persona.
-¿Qué me dice?
-Usted no habrá visto u oído algo…
-¿Yo? No, en absoluto…
Entonces, Srta. Martínez, él, su padre, se dio cuenta que yo sabía algo, se vio acorralado y acercándose hacia mí, habló en voz baja y me dijo:
-Capitán Campos, he notado en usted buen juicio ¿Usted cree de verdad en esta barbarie de guerra? Creo que usted piensa parecido a mí… Su padre me miró de una forma que comprendí al instante que, no solo confiaba en mi discreción, sino además, deseaba hacerme su cómplice… Y lo logró, Srta. Martínez. A partir de aquel día nos unió la justicia tan como la entendíamos ambos.
… La librería poseía un pasadizo por el cual cada noche íbamos liberando a gente para que huyera… Hasta que sucedió la desgracia.
-¿De qué desgracia me habla?
-Ya sabe cómo son en los pueblos, más, en aquel entonces. El miedo atenazaba a todos, y todos sospechaban de todos, los chivatazos eran constantes, daba igual que fuera verdad o mentira y, en uno de esos chivatazos se descubrió el pasadizo. Ese día su padre y yo, sorprendentemente, estábamos a esa hora en el casino y, mientras disimulábamos tomando un café, estábamos trazando las líneas a seguir para esa noche ya que nos traían un camión repleto de gente que huía.
Dos de mis soldados, aburridos por un chivato, al fin le hicieron caso y se acercaron a la librería, descubriendo el pastel. En el pasadizo en aquel momento habría una treintena de fugitivos esperando una orden.  Mis soldados sin encomendarse a nadie, decidieron destruir el pasadizo y con él a toda la gente que se encontraba escondida. Todo quedó anegado… Les tuve que condecorar al final de la guerra… Y eso es todo, Srta. Martínez…
-… Desconocía esa parte de la vida de mi padre… Gracias por narrármela… Sin embargo no me ha aclarado nada.
-Piense, piense, Srta. Martínez…
-Mejor, dígamelo usted… Desde hace años, muchos, corre una leyenda por el pueblo. Nunca la hice caso…, hasta que la he vivido en primera persona. Explíquemela, por favor…
-Si alguien estuviera escuchando esta conversación, nos encerrarían a los dos… La leyenda, Srta. Martínez es cierta, lo que ha vivido usted, también.
-Usted no sabe que me encerraron en la librería sin venir a cuento, que he pasado la noche encerrada allí. Sombras pululando a mi alrededor y diciéndome todas al unísono “Libertad” ¿Qué es eso capitán Campos?
-… Tal vez las ánimas atrapadas desde aquel fatídico día… También he sufrido yo eso mismo. La diferencia que a mí me vienen a buscar a mi casa, durante la noche. Hasta tal punto, que he tenido que mudarme de habitación para que mi esposa no se enterara…
-¿Qué vamos a hacer…?
-Liberarlas, Srta. Martínez, liberarlas.
-Sí pero, ¿cómo?
-Explosionando la entrada y luego enterrando sus restos cristianamente.
-Entonces… Todo el pueblo sabría que es cierta la leyenda y… saldría a relucir toda la verdad.
-¿Qué quiere? ¿Qué todo siga igual? ¿No es mejor hacer justicia de una vez? Su padre no está, pero las ánimas saben quién es usted y nos han venido a buscar a los dos.
-Bien, usted dirá…
-Mañana, a las doce treinta, que es la hora en la que sucedió la tragedia, la espero en el camino de la fuente… ¿Sabe qué camino la digo?
-Cómo no saberlo si mi padre estaba obsesionado con aquel lugar…
-Era la salida del pasadizo… Hasta mañana, entonces, Srta. Martínez

HOY…
-¿Qué haces, Aurora?
-Leyendo una noticia de  mil novecientos cincuenta y ocho…
-¿Y qué dice para tenerte tan ensimismada?
-Te leo:
“Ayer dos de junio de mil novecientos cincuenta y ocho, sucedió una tragedia de enorme calado en la comarca por haber fallecido dos insignes vecinos,  en uno de los pueblos de la sierra norte, en concreto en San Siriato. Estalló una de las minas que estaban en el camino de la fuente quedando atrapados el capitán Campos y la Srta. Cristina Martínez. Las causas se ignoran. Entre todos los escombros han sido hallados, además, restos humanos. Hoy recibirán cristiana sepultura.
Desde hace años en San Siriato corría una oscura leyenda de unas ánimas que pedían libertad. Los vecinos siempre estuvieron muy asustados aunque ninguno supo dar razón nunca de dónde provenía dicha leyenda”

2 comentarios:

PEPE LASALA dijo...

Casi, casi... parece el juego del "teléfono roto" al que hemos jugado todos de niños. Me ha gustado Mª Ángeles. Un fuerte abrazo desde el blog de la Tertulia Cofrade Cruz Arbórea.
http://tertuliacofradecruzarborea.blogspot.com/

Ricardo Tribin dijo...

Genial como siempre.

Te deseo con mucho carino lo mejor para el 2013.

Un besazo.