Amaneció lloviendo, como si el cielo quisiera acompañarme en
la tristeza. Los paraguas hacinados unos
contra otros daban el toque fúnebre al día sin dejar paso ni al agua ni al
cielo encapotado; me estaba ahogando por la falta de espacio. Miré de reojo a Rosa,
la pobre no tenía consuelo. Notó que la observaba y apretó con más fuerza su
mano a la mía. Una voz me sacó del ensimismamiento que estaba con la mirada
pegada al yeso de la sepultura.
-Angelines, ¿quieres leer el poema de despedida?- a duras
penas pude mover una de mis manos buscando en el bolso el libro. Me hicieron
paso hasta dejarme un hueco lo
suficientemente amplio para que pudiera sujetar el libro con las dos manos;
busqué la señalización y leí:
El campanario de la
iglesia/es un escamoteo de prestidigitación/saca de su campana una bandada de palomas/Mientras las viejecitas/con sus
gorritos de dormir/entran en la nave/para emborracharse de oraciones/y para que
el silencio/deje de roer por un instante las narices de piedra de los santos… Y enmudecí perdida en los
versos de Girondo, el poeta preferido de Luis, aunque una leve sonrisa afloró
en mis labios. Recordaba un día que había quedado con Luis en la cuesta Moyano,
no le vi llegar y me sorprendió con su voz pegada a mi nuca” ¿Has visto a Dios?”
Me lo soltó a bocajarro. Me volví
risueña y le contesté “Está contigo, acaso no lo ves, cegato” Descreído del
mundo, de Dios y todos los santos, su fina ironía era el sello existencial de
Luis.
Pensando en él, no me di cuenta que había desaparecido prácticamente
todo el mundo, sólo quedábamos sus hijos, Socorro, Rosa y yo .Paseábamos
nuestras miradas bajo el silencio lluvioso y nuestra pena como bandera; eso sí,
la bandera era del Real Madrid hondeando entre una de las coronas que había
llegado del club con la firma de Florentino Pérez. Rosa adivinando lo que
estaba pensando me susurró.
-Angelines, doy fe que se le ha enterrado como él quería.
Llevaba puesta la camiseta del Madrid y en los pantalones le han metido
bolígrafo, una libreta, tabaco y el encendedor-… Ciertas eran las palabras de
Rosa. Cuántas veces nos había dicho que cuando se muriera quería que se le
enterrara de esa guisa, así tendría las cosas que más le gustaron en esta vida:
escribir, el Real Madrid y el tabaco… Aunque había otra con la cual perdía la
cabeza y, de hecho, había sido uno de los mayores quebraderos en su vida: las
mujeres ¡Bendito, Luis! No había conocido un hombre igual, tan culto, de
ademanes exquisitos y galantes. Voz aterciopelada, inteligencia sagaz, unos
ojos que más que ojos eran dos mares dulces y profundos… Tan culto y ameno que
a su lado perdía la noción del tiempo. Ese tiempo que tanto aborrecía Luis. Y
cuántas veces le dije entre bromas y risas que el tiempo nos había pasado una
mala jugada. O Luis nació demasiado temprano, o yo demasiado tarde. Porque si
ambos hubiéramos sido jóvenes en una misma época de nuestras vidas, nuestros
caminos se habrían fundido; estoy segura.
En la puerta del cementerio nos despedimos todos dándonos hondos abrazos y palabras huecas. Decliné
la oferta de Socorro de acercarme en su coche hasta mi casa porque prefería
volver andando, rumiando mis sentimientos mientras la lluvia se pegaba a mi
cuerpo. El camino era hermoso, cuesta abajo y al fondo la silueta de Madrid
envuelta en niebla y agua, aunque tenía
pinta de ir aclarando el día porque, al pararme en un semáforo, levanté la
cabeza y vi el arco iris. Tan bonito me pareció que quise acercarme a él; más,
cuando, de repente, entre el verde y el lila apareció un perro canela. No oí el
sonido del claxon…
-Doctor, doctor, venga rápido. Está abriendo los ojos.
-¿Qué me ha pasado? ¿Quién es usted, dónde estoy? ¿Y mi
marido? ¿Mis hijos?
-Calme, señorita. Estese tranquila.
-Me duele mucho la cabeza ¿Por qué tengo enyesado el brazo?
-Yo se lo cuento, tranquila. Yo me llamo Manuel. Soy el
médico del hospital. Tuvo usted un accidente. No vio un coche al cruzar y éste
la atropelló. El brazo lo tiene roto, pero el mayor impacto lo sufrió en la
cabeza. Ha estado veinte días en coma. Creíamos que no salía usted de ésta. Ha
tenido que ver usted a Dios y éste la ha ayudado a regresar- terminó la frase
con una enorme sonrisa que me tranquilizó.
-Tengo mucha sed…
Dónde está mi marido…
-Poco a poco… Piense que el golpe en su cabeza ha sido
tremendo y no coordina bien.
-Insisto, ¿dónde está mi marido?- Mi voz ya tenía el toque
de la desesperación. Lo último que vi fue acercarse una enfermera y clavarme
una jeringuilla en el brazo…
Cuando abrí los ojos, la luz me cegaba y los volví a
entornar hasta que escuché una voz muy dulce que me decía:
-Ahora, ¿se encuentra mejor?- no contesté y la voz me siguió
hablando- hemos mirado en su bolso y sólo llevaba su DNI, unas llaves y una
cajetilla de tabaco. Hemos buscado en el listín de teléfonos y usted no existe…
Recuerda quién es usted…
-Mª Ángeles García y
vivo en Maestro Pérez 22. Estoy casada y
tengo dos hijos. Trabajo en el banco Sabadell desde hace ocho años. Nací el
veintisiete de septiembre de mil novecientos sesenta.
-¿Está usted segura?
-Pues claro que estoy segura-mi voz volvía a ser desesperada
pero me di cuenta que como siguiera por ese camino me volverían a inyectar un
sedante, con lo cual hice una pregunta con bastante sentido- Disculpe mi
obstinación, ¿es que acaso no coincide lo que yo la digo con mi DNI?
-Así es, Mª Ángeles. Su nombre y apellido coinciden, pero
nada más. En la dirección que nos indica, hay una cárcel de mujeres. Así, que
vamos a llamar a la policía para que se acerque al domicilio que figura en su
DNI.
-¿Cuántos días llevo aquí?
-Un mes y nadie ha puesto una denuncia de su desaparición,
pero tranquila, todo se solucionará. El golpe fue muy fuerte y es muy probable
que aún esté confusa.
-¿Qué día es hoy?
-Veintiocho de agosto.
-… El cumpleaños de Luis… pero eso es imposible-callé por un
instante haciendo mis cálculos. Si Luis había muerto un veinte de febrero, y
teniendo en cuenta que llevaba en el hospital un mes, como mucho sería finales
de marzo-… ¿En qué año estamos?-no sé por qué hice esa pregunta tan absurda ya
que de sobra sabía que era dos mil doce.
-Mil novecientos cincuenta, Mª Ángeles.
-¿Cómo? Pero, ¿qué dice usted, doctora? Eso es imposible- mi
voz volvía a ser histérica… No sentí más pues mis párpados se plegaron.
Pasaron muchos días y yo no volví a pronunciar palabra ni
siquiera a los doctores que me atendían. Me hicieron innumerables pruebas, yo
me dejaba hacer de todo, estaba en sus manos y nada de lo que me decían lo
entendía. Sólo me entretenía mirando a un árbol muy frondoso que se colaba por
la ventana. Del verde de sus ojos, éstas pasaron a un color rojizo y de ahí, a
un dorado. El tiempo corría y Jesús, mi marido, no había aparecido. Empecé a
pensar que me estaba volviendo loca.
Una mañana, entró una de las enfermeras asiduas. Era muy
amable y siempre en su rostro llevaba prendida una sonrisa amplia acompañada de
una voz dinámica y cargada de energía.
-Buenos días, Ángeles, ¿has visto que mañana ha amanecido
más romántica? Comienza a llover. Te voy a levantar y vas a desayunar junto a
la ventana. Verás más de cerca tu árbol y si tienes suerte cuando escampe tal
vez puedas ver el arco iris- fue oír la palabra arco iris y me levanté de un
salto. Mercedes, la enfermera me miró feliz.
-¡Caray, así me gusta! Sin ayuda y con ganas… ¿Te apetece un
café o Cacao, Ángeles?
-Café, por favor…-se me hacía extraño escuchar mi voz, pero
ahí estaba.
-Y hablas… Bueno, bueno, si me permites voy a llamar al
doctor Alcocer ahora mismo- Escuchar el apellido Alcocer me estremeció. Era el
apellido de Luis.
No tardó en aparecer
con el médico; estaba abstraída mirando la lluvia y no les sentí entrar,
pero cuando la voz masculina comenzó a hablar no necesité volver la cabeza. La
voz era la de Luis y de nada me servía romperme la cabeza pensando en lo
absurdo de la situación. ¡Cuántas ves había hablado con él sobre la máquina del
tiempo! Sobre todo desde que leí en mi juventud “El caballo de Troya” y ahora,
yo misma estaba metida en el túnel del tiempo o, ¿ya estaba loca del todo?
Me volví despacio, saboreando el momento de ver cómo era
Luis de joven y no me decepcionó; era tal como me lo imaginé siempre. Su
sonrisa cínica planeaba a sus anchas por
la cara y los ojos de un mar en calma estaban allí mirándome como si fuera la
primera vez que me miraban.
-¡Hola, Luis!... Dime
quién soy, por favor te lo ruego…
-Vamos por partes. Yo soy Luis Alcocer, psiquiatra desde
hace cinco años. Ella es Mercedes mi fiel escudero, además de esposa desde hace
tres meses. Y por último me preguntas quién eres… Por qué no me lo dices tú,
Ángeles, ¿quién eres?
-No lo sé…, de verdad que no lo sé- enmudecí un momento para
reordenar mis sensaciones, y poco después, mirándole fijamente le pregunté:
¿has comenzado ya a escribir?
-… Además de dama misteriosa, nuestra Ángeles es adivina… Mercedes, querida, hablas
demasiado a los pacientes de mí.
-Mercedes no me lo ha contado, simplemente lo sé- callé
deliberadamente unos instantes y, a continuación me puse a recitar: El Universo
entero la Tierra azul y tú semidesnuda;
mientras esperas, el mar cree acariciarte los pies. /El campo refleja extraños sarmientos índigos. /La montaña nevada contrasta con el Sol, se hace mujer. /Una niña virgen, tan blanca como un sueño, sentada en el suelo, /apoya la cabeza en sus rodillas. Descansa o duerme. /Una madre da el pecho y sus ojos sonríen, /luego, al cambiar los pañales, se llena de recuerdos. /El arco iris sobre el campo y cuatro gaviotas ciegas…
mientras esperas, el mar cree acariciarte los pies. /El campo refleja extraños sarmientos índigos. /La montaña nevada contrasta con el Sol, se hace mujer. /Una niña virgen, tan blanca como un sueño, sentada en el suelo, /apoya la cabeza en sus rodillas. Descansa o duerme. /Una madre da el pecho y sus ojos sonríen, /luego, al cambiar los pañales, se llena de recuerdos. /El arco iris sobre el campo y cuatro gaviotas ciegas…
-…Para, por favor, Mª Ángeles… ¿Me puedes decir de dónde has
sacado esos versos?
-Eso es lo de menos, Luis… ¿Ya los has puesto título?
-No.
-Llámalos “Imágenes”
-De acuerdo, así sea-no le dejaba de mirar. Tanto su rostro
como el de Mercedes estaban demudados. Y eso me reconfortó pues en muchos meses
era la primera certeza que tenía de mi misma: en algún momento yo había
existido, no era fruto de mi imaginación lo que contaba o sentía; había una
realidad en todo aquello.
-Hazme un favor, Mercedes,
recoge todas las llamadas, estaré aquí toda la mañana con Ángeles, ¿de
acuerdo? Ahora, déjanos- Mercedes obediente y silenciosa desapareció cerrando
la puerta sin hacer ruido. Luis cogió una silla y la aproximo a la mía, junto a
la ventana.
-Soy psiquiatra que no, adivino, y en este momento estoy
desconcertado. Dime de dónde has salido…- Le narré todo lo que recordaba hasta
el momento del accidente. Luis me escuchaba con suma atención. De vez en
cuando, me hacía alguna pregunta con la timidez y la discreción que su carácter
siempre había hecho gala. En el fondo, había momentos que me daba la risa, pues
del absurdo, ese humor negro que tiene la vida y que tan bien describía Luis en
sus relatos, lo estábamos viviendo en nuestras carnes…
-¿Y cuándo dices que me muero? ¡Ah! ¿Cuántas veces me caso y
cuántos hijos tengo?- Ambos nos echamos a reír unos instantes para, luego,
quedarnos callados. Un silencio sosegado, respetándonos uno al otro los
pensamientos de cada uno. Al rato dejó de llover y entre las ramas del árbol
apareció el arco iris.
-¡Mira! Hay un perro
en el arco iris-los dos mirábamos como niños a aquel milagro de la naturaleza.
Entonces, en un momento dado, Luis cogió mi cara entre sus manos y me besó en
la frente. Quise que aquel instante mágico durara toda la eternidad…
-Gordita, gordita, despierta. Son más de las siete y media.
Vas a llegar tarde a trabajar.
Me desperté sobresaltada, apenas podía abrir los ojos. La
luz que se colaba por la ventana era un haz de luz tímido, melancólico…
-Levántate o no llegarás. Está lloviendo y Madrid está
atascado en días así.
-Tú, ¿quién eres?
-¿Yo? El coco, no te fastidia.
Me levanté sin saber muy bien por dónde me andaba. Me puse
la bata y me acerqué a subir la
persiana. Llovía, llovía a cántaros pero a los lejos vi un arco iris y sonreí…
1 comentario:
Un sueño muy bien relatado Mª Ángeles, me encanta cómo escribes, haces que me introduzca en la historia. por un momento, he sentido estar allí como un simple espectador, y también he despertado. Enhorabuena y gracias por este momento. Un fuerte abrazo desde el blog de la Tertulia Cofrade Cruz Arbórea.
http://tertuliacofradecruzarborea.blogspot.com/
Publicar un comentario