Nació un treinta y
uno de enero hace veinticinco años a las cuatro y veinte de la madrugada; la
hora fue el preludio de lo que en un futuro le gustaría hacer el crápula por la
noche. Su madre al verlo por primera vez pensó que no era su hijo quien estaba
metido en la cuna sino su suegra… Sonríe mientras recuerda estas historietas
que de vez en cuando le cuenta su madre.
Se mira al espejo,
se atusa el pelo y se lava los dientes; la pasta le pinta la boca de un payaso…
Sí, hoy es su cumpleaños. Ha ido a trabajar como cada día, y eso que últimamente
el trabajo le escuece porque no le gusta lo que hace; tal vez porque sea
becario le den lo que a otros no les gusta, pero no se queja, nunca lo hace.
Después, corriendo ha llegado a la universidad ¡Maldita gracia que le hace!
Desea ya de una vez perder de vista ese lugar, pero sigue atrapado en sus redes
y eso, a veces, le asfixia y mucho, pero no se queja, nunca lo hace, sólo se le
oscurece el carácter aunque su rebeldía se inquieta cuando medita sobre ello.
Come a salto de mata
y, mientras lo hace, reparte los segundos entre el deporte y un periódico
abandonado. El horóscopo del día de su cumpleaños le cuenta que los acuario son
sociables, bondadosos y sinceros, pero también imprevisibles e individualistas;
todo es verdad. Huye de las pasiones por lo que no congenia con los pasionales,
y eso de exteriorizar los sentimientos se lo deja para otros.
Llega a casa, son
las nueve de la noche, está cansado, demasiado para ser su cumpleaños; se
prepara una pizza y suena el teléfono. Descuelga con poco ánimo, pero cuando
cuelga su rostro se ha descolgado cinco pisos; le acaban de comunicar que le
han suspendido una asignatura con un cuatro con una décima ¡Cabrones de mierda!,
masculla mientras asesina la pizza con un cuchillo patatero, el primero que ha
encontrado.
Suena el móvil, es
un wasap, lo abre, es de un amigo que le envía una foto de una pecera con un
pez medio naranja, medio rosa. Pregunta “¿Qué, coños, es esto?” El amigo
responde “Tu regalo de cumpleaños”. Agranda la foto, sonríe, el rostro vuelve a
escalar los cinco pisos descendidos. Olvida la pizza asesinada, entra en el
baño y mientras se lava las manos dice en voz alta “Enano cabrón, te llamaré
Sony”
Apaga las luces, da
un portazo a la puerta y se va feliz a
buscar a su mascota llamada Sony; la noche es larga, hay que tomar copas
porque hoy es su cumpleaños.
Amanece uno de
febrero, hace un frío del carajo, nuestro muchacho ya vuelve a casa con la
sonrisa floja y el alma flotando. Al abrir el portal, de pronto, echa algo de
menos ¡Maldita sea!, vocifera mientras se da la media vuelta; el pequeño Sony
se ha quedado en el rincón de un bar. Corre de nuevo al submundo del metro. Llega
al bar, está cerrado pero oye voces. Da golpes con desesperación a la puerta
hasta que asoma un camarero medio zumbado y el muchacho, con voz angustiada, le
pregunta “¿Habéis encontrado a Sony?” El camarero zumbado le mira con un
cigarrillo pegado en la comisura izquierda de su boca y le responde con otra
pregunta “¿Sony?, ¿quién es Sony?” “Mi pez”… El camarero vuelve a cerrar la
puerta y el cumpleañeros se queda pegado al cristal, está demasiado dormido,
cansado y entristecido, así que cuando recobra la poca energía que le queda se
da la media vuelta y pone rumbo a casa.
“Eh, tú, chaval,
coño, espera, toma tu pez” Se da la vuelta como si el cuerpo hubiera cargado
pilas en un momento. Su cara tiene la misma luz que el día que acaba de despertar.
4 comentarios:
Cada día me sorprendes más, me encanta. Cuánto arte llevas dentro. Un beso y buen finde.
Genial, como siempre...
Un cuento precioso hace falta tan poquito para cambiar un día malo por uno bueno... Simplemente un poco de ilusión.
Un abrazo
Con esta historia sobre el, definitivamente confirmas que eres una escritora de gran talento.
Abrazos grandes.
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