Abrió los ojos y vio unos grandes focos
apagados. Un reloj de esfera blanca marcaba las ocho. No sabía dónde estaba. Sus
párpados se entornaron…
Un golpe la despertó. La mujer, vestida de
verde, le decía: “reacciona, demonios”. Ella lo procuraba, mientras que una
máquina, en su lado derecho, dibujaba una línea cada vez más plana…
Una mano nerviosa la zarandeaba. Torció la
cabeza y vio el reloj que marcaba las ocho y veinte… no pudo sostener la vista.
Oyó voces que susurraban: “Se nos va, se nos va”.
Se sucedieron bofetadas y ella reaccionó: “Me
hacéis daño”… reconoció la máquina que, en ese momento, dibujaba líneas
encrespándose al cielo y bajando rotundas a la planicie…
Cerró los ojos. Sintió que necesitaba capturar
en un instante toda una eternidad: mar,
lluvia, niebla, un beso, unos
ojos azules, un hombre de negro… imágenes que se sucedían en fulgurantes
secuencias fotográficas. Después, el horizonte tan plano que el silencio se lo
comió…
Abrió los ojos, y a duras penas, balbuceó:
“Aire, no puedo respirar”. Una tremenda angustia invadía su ánimo. Voces
alocadas pululaban en sus oídos diciendo: “Se nos va de nuevo. Despertadla”
Ella oía, sí, pero el sueño era más profundo
que su voluntad…
Vagaba en la oscuridad. No tenía miedo. Se
estaba bien allí. No había nada, sólo negro sobre fondo opaco. Sin embargo,
intuyó unas sombras y percibió sus sonrisas. Se esforzaba en reconocerlas. De
repente, abrió los ojos y vio aquella esfera blanca, impertérrita al trance.
Marcaba las nueve. Cerró los ojos…
Las sonrisas seguían allí. Ahora, sobre ellas
estaban unos ojos color ciruela y chocolate tierno. Sintió ternura por aquellas
figuras difuminadas en el espacio negro que cada vez se presentía más gris, más
niebla, más resplandeciente…Se aferró a ellas
como pudo. Sus manos, simplemente, hace tiempo que dejaron atrás la
vida, pero notaba que muy dentro, había
latidos débiles, aunque insistentes, que tiraban poco a poco hasta llenar los
pulmones anegados.
Entonces, abrió los ojos. Unas caras se inclinaban
sobre ella. Sonreían triunfadoras.
-Menudo susto nos has dado- dijeron pletóricas.
-Quiero ver a mis hijos…-respondió con un hilo
de voz.
-Ahora mismo te subimos a la habitación. Tu
familia te espera.
Mientras la camilla avanzaba, aún pudo ver
aquel reloj de color lechoso. Marcaba las once. Presintió que, al fin, volvía
al lugar de donde una vez partió. No era aún su hora…
No hay comentarios:
Publicar un comentario