jueves, 23 de julio de 2015

EL RELOJ

Abrió los ojos y vio unos grandes focos apagados. Un reloj de esfera blanca  marcaba las ocho. No sabía dónde estaba. Sus párpados se entornaron…

Un golpe la despertó. La mujer, vestida de verde, le decía: “reacciona, demonios”. Ella lo procuraba, mientras que una máquina, en su lado derecho, dibujaba una línea cada vez más plana…

Una mano nerviosa la zarandeaba. Torció la cabeza y vio el reloj que marcaba las ocho y veinte… no pudo sostener la vista. Oyó voces que susurraban: “Se nos va, se nos va”.

Se sucedieron bofetadas y ella reaccionó: “Me hacéis daño”… reconoció la máquina que, en ese momento, dibujaba líneas encrespándose al cielo y bajando rotundas a la planicie…

Cerró los ojos. Sintió que necesitaba capturar en un instante toda una eternidad: mar,  lluvia,  niebla, un beso, unos ojos azules, un hombre de negro… imágenes que se sucedían en fulgurantes secuencias fotográficas. Después, el horizonte tan plano que el silencio se lo comió…

Abrió los ojos, y a duras penas, balbuceó: “Aire, no puedo respirar”. Una tremenda angustia invadía su ánimo. Voces alocadas pululaban en sus oídos diciendo: “Se nos va de nuevo. Despertadla”
Ella oía, sí, pero el sueño era más profundo que su voluntad…

Vagaba en la oscuridad. No tenía miedo. Se estaba bien allí. No había nada, sólo negro sobre fondo opaco. Sin embargo, intuyó unas sombras y percibió sus sonrisas. Se esforzaba en reconocerlas. De repente, abrió los ojos y vio aquella esfera blanca, impertérrita al trance. Marcaba las nueve. Cerró los ojos…

Las sonrisas seguían allí. Ahora, sobre ellas estaban unos ojos color ciruela y chocolate tierno. Sintió ternura por aquellas figuras difuminadas en el espacio negro que cada vez se presentía más gris, más niebla, más resplandeciente…Se aferró a ellas  como pudo. Sus manos, simplemente, hace tiempo que dejaron atrás la vida, pero notaba que  muy dentro, había latidos débiles, aunque insistentes, que tiraban poco a poco hasta llenar los pulmones anegados.

Entonces, abrió los ojos. Unas caras se inclinaban sobre ella. Sonreían triunfadoras.
-Menudo susto nos has dado- dijeron pletóricas.
-Quiero ver a mis hijos…-respondió con un hilo de voz.
-Ahora mismo te subimos a la habitación. Tu familia te espera.


Mientras la camilla avanzaba, aún pudo ver aquel reloj de color lechoso. Marcaba las once. Presintió que, al fin, volvía al lugar de donde una vez partió. No era aún su hora…

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