He pasado a engrosar las
filas del clan de los solitarios: grupo de individuos que viven solos adoptando
la convivencia consigo mismos y que, como mucho, comparten intimidad con una
planta y un gato. A mí estos animales no me gustan, así que he añadido a Lucas,
un perro con personalidad propia, que aguanta mis manías sin rechistar…
Me ha dado por pensar que
la vida sigue irremediablemente su curso natural, y aunque te quiera retener a
mi lado, vuelas cada día un poco más lejos de mí. Te tengo en mi corazón, pero
a veces, para recordar tu cuerpo, he de clavar los ojos en una fotografía, pues
el tiempo va difuminando tu imagen. La soledad es la peor enfermedad que puede
sufrir un ser humano. Trato de compartir cosas contigo y me llaman loco: “está
muerta, Daniel”- me dicen-. Cuando oigo eso, caigo abatido y mis lágrimas surgen
como torrentes. Otras veces me digo que ya he llorado bastante, que es el momento de volver a empezar, pero
siempre encuentro una excusa para quedarme en el punto de partida…
Menos mal que no estás:
si ves la galería de la cocina como la tengo, das un portazo y te largas de
nuevo. Las plantas están preciosas. No se han muerto, aunque alguna ha estado a
punto: sobredosis de agua y vitaminas. He hecho lo que tú hacías, quizá me he
excedido un poco, pero ahora, crecen a lo bestia. Lo malo es que me ha dado por
guardar allí los envases de zumo de piña ¿Para qué? A lo mejor mi subconsciente
quiere hacer un Exín Castillos, no sé. Tampoco he tirado los periódicos ni las
latas de cerveza. La lavadora no la pongo hasta que se me agotan las
existencias, o aparece mi madre por casa, echa un par de blasfemias por su
boca, y se pone a hacer lo que yo no hago…
Los riesgos que corre un
viudo es que parece que todo el mundo tiene derecho a opinar y dirigir tus
pasos. La buena voluntad de los que te rodean cae sobre ti como una losa que
llega a asfixiarte. Mi amigo Iñigo casi lo consigue.
Una tarde de principios de junio quedamos para tomar una cerveza y, al segundo trago, desplegó toda su batería de reflexiones bienintencionadas:
Una tarde de principios de junio quedamos para tomar una cerveza y, al segundo trago, desplegó toda su batería de reflexiones bienintencionadas:
-Basta ya de llorar,
Daniel. Tu pena no la va a resucitar
-Juro por mi perro, que
ni lloro ni me quejo delante de nadie. Esos estados anímicos los dejo para
cuando me abrazo a mi soledad.
-La vida sigue, y lo que
tienes que hacer es meterte en Internet y ligar, o afiliarte a un club de
solteros, lo que se llama Speeddating. Entras en su Web, consultas próximos
eventos y te apuntas a una de esas citas. Eliges un apodo, pagas la cuota y...
-Encima he de pagar
dinero por ligar ¡Manda huevos!
-Déjame hablar, Daniel.
El día acordado, te plantas allí. Tendrás siete minutos para conocer a cada uno
de los participantes. Las estadísticas dicen que funciona en el veinte por
ciento de los casos.
-Y si yo soy del ochenta
por ciento restantes, ¿Me devuelven el dinero? ¡No te jode!
-Ya verás Daniel, se te
arregla rápido, total, no eres tan feo.
-Mira qué
condescendiente, da gusto tener amigos.
-Tienes 43 años, trabajo
estable, casa propia…
Me hizo un currículum
despiadado ¡Será capullo, el tío! Se pensaba que por ser amigo mío, debía de
aguantar semejante ristra de bobadas... Pero aguanté estoico hasta que acabó. Cuando
por fin le vi alejarse, respiré aliviado pensando que nada más llegar a casa me
metería en Internet a buscar alguna oferta de viajes: me apetecía huir de mi
verdad irrefutable…
Hay veces que me miro y
no me reconozco: parezco un alma en pena…
Las cosas que me pasan a
mí, no le pasa a casi nadie.
Hace un mes se murió Ulpiano Rodríguez, tío
abuelo de Macarena. Hasta ahí, normal, tenía todos los años del mundo y era el
momento de irse, al menos, eso creo yo.
La semana pasada recibí
una llamada de su abogado porque hoy se iba a hacer lectura del testamento, y
he ido. Allí estaba mi adorable suegra, tan encantadora como siempre.
-Ya veo Daniel que la
viudez te ha sentado divinamente, estás moreno, te brillan los ojos. Me han dicho
que tienes novia; muy pronto olvidaste a mi hija.
-Doña Emilia, no
empecemos con sus sarcasmos, póngase las gafas. ¿No ve usted las canas que me
han salido, o aún ve menos que antes? Estoy moreno porque es verano. Mis ojos
brillan porque las vacaciones las he pasado durmiendo. Y, señora, no tengo
novia, le han informado mal.
-Ya, Ya…-Siempre tiene
que dar la nota. Me he mordido la lengua y me he sentado en un lugar discreto.
La verdad, no sabía qué pintaba allí con aquel gallinero.
Siento decirte, Macarena,
que tu familia tiene un pinzamiento cerebral. Están un poco tocados, mejor
dicho, tocadas, porque se han muerto todos los varones y sólo quedan vivas las
mujeres, y ¡qué mujeres! No me extraña que se hayan muerto. Discúlpame,
Macarena, pero que Dios me libre de cualquiera de ellas.
¿Dirás? Tú bien sabes que
eras la sobrina predilecta de tu tío; como tú ya no estás, me ha nombrado a mí heredero
junto a sus dos hermanas vivas. La cara de tu madre al oírlo, era un poema. Pensé
que le daba un ataque y también estiraba la pata.
A mí me ha tocado la casa del concejo de Quirós,
el huerto y las tres vacas. Cuando he levantado la vista, tu prima Mari Rosi me
estaba sonriendo de una forma que me ha dado miedo, ¿no querrá ligar conmigo,
ahora que soy guapo heredero con tres vacas en mi haber, verdad? Es como un
pecado de fea.
Pero, espérate, Macarena,
que aún hay más: la herencia lleva condiciones. Como la casa era uno de tus
lugares favoritos, pues no la puedo vender, y, atenta a la jugada: si me
volviera a casar, me quitarían la casa.
Ahora que comienzo a
reaccionar, me pregunto si me quitarían también las vacas, ¿Qué crees,
Macarena? No me importaría porque ¿qué
coños voy a hacer con tres vacas? ¿Darán leche? La madre que me parió…
Tu tía Paz me ha dicho
que la casa es preciosa y que podía llevar a Mari Rosi a Asturias. Su pobre hija
no ha salido de vacaciones. Y a mí ¿qué leches me importa, señora, que su niña
no se haya ido de vacaciones? Llévela usted si quiere… lo he pensado, Macarena,
pero no dicho, tranquila.
He pedido unos días de
los que me quedan aún de vacaciones, y mañana partiré para allí. Voy contento,
porque es una excusa estupenda para hacerme una excursión, y además, en Gijón
está Mercedes con sus padres, me apetece mucho verla. Se ha convertido en una
gran amiga…
Ayer no fui a trabajar.
No hubiera soportado los golpecitos en la espalda, las miradas lastimeras.
Preferí la soledad, mis cuatro paredes. Descolgué el teléfono. Me cogí una borrachera
de las que marcan época y me sentó divinamente, aunque no pude olvidar qué día
era.
No hice nada especial,
sólo mirar tu foto. Abrazarte. Me sentí feliz hasta que el hechizo se rompió:
llamaron a la puerta. No abrí, pero se me había olvidado que alguien tenía las
llaves de casa: era la pesada de tu madre; aún sigue ejerciendo de suegra. Creo
que tampoco ha asimilado que tú ya no estás. Me dio lástima y la invité a un
güisqui. Se tomó tres ¡Tu madre bebiendo! No hacía más que mirarse las manos,
no quería levantar los ojos y encontrarse con los míos. Cuando se fue, todo
regresó a la calma y volví a sentirte a mi lado.
Entonces, me levanté y
fui a por tus diarios. ¿Te acuerdas lo que me reía de ti por escribir aquellos
cuadernos? Te defendías diciéndome que sería tu legado para nuestros hijos... No
nos dio tiempo. Cogí uno al azar y me puse a leérselo a Lucas. Movía las orejas
con mucho interés. Es un perro muy inteligente, te gustaría. Dormimos juntos…
Estoy aprendiendo a
cocinar. Antes de invitar a gente, ensayo con Lucas: es infalible. Tiene un
paladar de sibarita. De nueve platos, me ha dado el beneplácito con dos:
macarrones “Mamma mía” y tortilla a la española, aunque se me olvidó echar las
patatas. El resto del menú, provoqué al pobre animal una especie de ¿diarrea,
gastroenteritis?...
Me pregunto cuándo dejaré
de amarte, cuánto tiempo dolerá tu ausencia, cuándo se cerrará esta herida,
Macarena...
1 comentario:
Que relato mas bueno.
Es actual, vigente, y agradabilisimo.
Te dejo un beso y un abrazo.
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