Verano, 1987
Una voz glacial sin personalidad alguna y transmitiendo el
mismo mensaje en varios idiomas me ha sacado del letargo: he llegado casi a mi
destino.
Lentamente he recogido mis cosas, cambio las gafas de leer
por otras que me aclaran la visión lejana, dentro de mí va creciendo una
emoción difícil de explicar.
Dicen que los viejos tenemos sólo pasado, remembranzas en
las que al llegar al umbral de nuestro fin es lo único que nos mantiene vivos.
Puede ser, yo no discuto por esas minucias; sólo sé que he recorrido muchos
kilómetros para reencontrarme con mis orígenes. Una búsqueda desesperada del
sentido de mi historia particular.
La distancia no ha podido cortar ese cordón umbilical
invisible para muchos, palpable para mí. Por mis recuerdos pululan destellos o
fragmentos de una novela a veces de terror. Otras, de un mundo mágico del cual
provengo.
Hoy cumplo mi sueño
dorado, matices y pinceladas de una vida pasada vuelven a mí de manera clara e
incandescente.
Si tuviera que elegir una imagen de aquel tiempo, no dudaría
en seleccionar el viejo cobertizo de madera junto a las vías del tren…
Otoño, 1933
-¡Daniel! No te escabullas y ven ahora mismo, tu padre está
esperando la comida.
-Démela madre o no llegaré.
-¿A dónde vas con tanta prisa si se puede saber? ¡Ah!, no me
digas más, cualquier día una rueda segará esa cabeza llena de pájaros que
tienes... ¿Me oyes?
Corro hacia los campos con la tartera, Chispas va abriendo
camino; cuando sea mayor tendré un reloj de bolsillo como el señor Pascual. Él
nunca llega tarde. Yo, por los pelos si no fuera por Chispas que es más listo
que el señor maestro y don Severino, con todo lo viajado que está. Hay cosas
que sólo un instinto como el de mi perro conoce.
Me gusta recordar como Chispas llegó a mi vida; sin duda fue
el tren quien me lo trajo. Siempre volvía de la escuela por la vía del tren,
pisando los raíles y soñando que un día me montaría en uno de ellos y me
llevaría al famoso paraíso del señor cura, cuando de pronto, vi a un animal en medio
de la vía tumbado; era una perra que estaba pariendo ¡Qué asco me dio! Toda
ensangrentada. Del culo salió un perrillo, no se sabía de qué color era; si no
llega a ser por Adelina, morimos allí. Ella tiró de mi cuerpo con tanta fuerza
que caímos en un charco; una nube de chispas saltó por el espacio.
-Dani ¿Te encuentras bien?- su voz era tan melodiosa como el
violín del señor cura.
-¿Qué ha pasado?
-¡El tren chiquillo! Anda ven que te lavo en el cobertizo.
Hasta que el agua no me quitó el barro no pude ver lo que
tenía abrazado contra mi cuerpo. Adelina lo cogió y con gran ternura limpió el bulto y lo envolvió en su delantal.
-¡Mira Dani, es un milagro! Está vivo ¡Es macho!
Mis ojos miraban desorbitados a aquel animal feo que abría
una diminuta boca y sacaba la lengua.
-¿Cómo lo llamarás? Es tuyo.
-¿Cómo lo llamarás? Es tuyo.
¿Mío?- jamás había tenido hasta ese momento ninguna
pertenencia; bueno, miento, mi tirachinas, pero éste casi siempre estaba en el
bolsillo del señor cura porque decía que dejaría cualquier día tuerto al que
pasara por mi lado.
-¿Por qué no le llamas Chispas, Dani?
-Vale ¿Se le alimenta como a las ovejas del señor
Laudino?-mis ojos ingenuos miraban implorantes.- ¡Ya está! Le pediré prestada
la teta de una de sus ovejas.
¡Que risa más bonita
tenía Adelina! ¿Cómo nunca me fijé en esta mujer? Claro, en aquel momento era
un niño, no como ahora.
Desde aquel día, han pasado dos años; siempre quedamos los tres
a la misma hora. Me cuenta muchas historias, me habla de su vida y yo, descubro
el mundo a través de su voz.
Invierno, 1937
He llegado a mi cita antes de la hora; Chispas está muy
nervioso como si barruntara algo y no quiere guarecerse de la nevada; quizá
tenga hambre como yo. Comparto la poca comida que me da madre con él. No hay
alimentos, no hay nada; ambos estamos esmirriados aunque Adelina me diga que
así está medio país, no me consuela, tengo hambre, mucho. Fíjate lo grande que
es mi hambruna que me comería ahora mismo unas patatas con gusanos y todo.
De la chimenea del cobertizo sale una débil humareda, cada
día que pasa es más pequeña; ya no queda carbón ni leña. Las tropas nacionales
nos van acorralando y el viejo cobertizo se ha convertido en el baluarte de los
revolucionarios. Los pocos trenes que pasan no paran; los mayores dicen que es
mejor que sea así, pero Adelina no opina lo mismo.
Desde el alzamiento nacional en 1936 por las tropas de
Franco, ella ha dejado de sonreír; el señor cura, Adolfo, tuvo que salir por
patas porque a los rojos lo de las sotanas no les mola; ya digo yo que es
cuestión de modas, aunque mi musa, Adelina, diga todo lo contrario.
Nunca he tenido conciencia hasta ahora de los colores y
menos de que mi patria se divida en dos bandos; familias enteras, amigos, todos
marcados por dos colores: rojo, que encarna al frente popular, y azul para el
bloque nacional ¿Ha desaparecido el arco iris de España?
El señor cura, por su sotana, es azul pero Adelina me dijo
que su corazón es rojo; como sólo veían la vestimenta hubo de huir… cosa de
mayores que un adolescente aún le es difícil comprender. Más, si rizando el
rizo, te enteras de que el señor cura, casado con Dios, ama a Adelina y ésta,
le corresponde ¿Cómo entender y digerir semejante paleta bicolor, sí además
sumamos que los que antes eran de un bando, en este momento reniegan de él?
Gracias a esta mujer hermosa de cuerpo y alma, comprendo la
España que va naciendo ante mis ojos, los adultos incongruentes que hacen una cosa
y piensan otra.
Como un eco llega a mis oídos su voz diciéndome ¡Dani a eso
se llama subsistir! La guerra obliga a elegir y muchos lo hacen privilegiando
la supervivencia frente al compromiso político. Creo que jamás seré político,
sino libre como el viento.
Chispas ha salido corriendo por la vía al ver una mancha que
avanzaba entre la nieve; era ella.
Ha lamido sus piernas tapadas por medias de lana negra y
ella no le ha hecho caso; me ha
preocupado esa actitud suya nada usual.
-Adelina ¿Qué te sucede?
-Ha caído una bomba en un tren lleno de milicianos a menos
de diez kilómetros de aquí ¿Quién hay en el cobertizo?
-El señor alcalde, el jefe de los partisanos, mi padre, el
juez de paz y cuatro más.
-He de avisarles, en unas horas estarán las tropas aquí.
Todos han salido como alma que lleva el diablo y se han
perdido por los campos entre la nieve, el miedo y la impotencia.
Después, Adelina robó el carro y el caballo de don Casimiro,
el único con dinero que queda en la comarca: chivato, delator y traficante ¡Así
cualquiera es rico!
Yo tomé prestado un
jamón que olía a gloria bendita. Aquello que hice no es pecado; como todos los
del pueblo somos rojos, no hay que confesarse.
El caso es que yo no soy ninguno de esos colores, sino verde
porque amo la vida y la naturaleza.
Partimos en busca del
batallón republicano atrincherado en aquel vagón; la venganza de los nacionales
se cebó en él.
El frío, la nieve y la ventisca helaban nuestros huesos,
pero ella parecía no sentir otra cosa que no fuera el dolor y la incógnita de
qué habría pasado con la gente que viajaba en el tren fantasma como así lo
llamaron desde que se enteraron que llegarían anarquistas de forma clandestina en
un tren, para ayudar en la materialización de una bella utopía.
Cuando llegamos era casi de noche; no quedaban llamas, ni
humo ni vida en aquel paraje inhóspito.
Un amasijo de hierros y madera envolvían los restos de
cuerpos humanos dispersos por la tierra; si hubo algún superviviente, éste se
lo llevó quien realizó aquel crimen.
Por vez primera me enfrenté a la muerte y a los horrores que
traía consigo una guerra.
-¡Eh mujer! ¿Qué buscas?-Una voz socarrona nos sorprendió.
Aquello fue el principio del fin…
Primavera, 1939
Mi pueblo era un importante núcleo de arrieros y ganaderos,
feliz y campechano, en las estribaciones de la cordillera Cantábrica; hoy somos
muy pocos los que quedamos y nuestras
caras son fugaces reflejos de lo que fuimos; hasta Chispas camina cabizbajo.
Adolfo, el señor cura, viste de nuevo la sotana; parece un
pirata con pata de palo, le falta una pierna. Se salvó por dar misa a la
derecha aunque en las horas oscuras ayudara a escapar a la izquierda. Regresó
junto a Adelina, pero llegó demasiado tarde a rescatar a su princesa, y su
historia no terminó como el cuento de La Bella Durmiente.
Aquella tarde, dos años atrás, los franquistas nos hicieron
de todo y después se marcharon;
Chispas nos salvó pero ella nunca se recuperó y conservó un
hilo de vida hasta que vio regresar a su amado. Sus huesos reposan en el olivo
de la Iglesia, rodeado de margaritas silvestres; nadie las plantó, lo que me
induce a pensar que ella era una flor.
La casa de Dios es el
viejo cobertizo que ahora huele a cera y limón, aunando el pasado y el
presente; así lo ha querido Adolfo, al lado de la vía del tren donde se
resolvió la última batalla entre los facciosos y las hordas comunistas.
Él dice que no hay
mejor monumento a los caídos, y que siempre será el recordatorio de un odio
entre hermanos que nunca debió de existir; la falta de respeto, la intolerancia
a otras ideas, les indujo a aquella barbarie ¡Qué bien habla el señor cura!
Cuando sea mayor quiero ser una mezcla de Adolfo y Adelina pero sin sotana; a
mí, lo de la iglesia no me convence. Mejor ser libre como el viento, justo como
la naturaleza que brota en cada estación.
Añoro a Adelina; a veces me siento perdido sin ella porque
pienso ¿Quién me va a enseñar ahora? Luego recuerdo sus palabras que me decían
que la capacidad de entender que todo está conectado, que los instantes mágicos
forman parte de lo cotidiano, y basta un poco de apertura interior para
percibir que somos capaces de cambiar por completo nuestra realidad, eliminando
la mayor parte de las cosas que nos dejan insatisfechos. Me consuelan estos
pensamientos suyos.
Dios está presente en nuestras vidas y aquí en el viejo
cobertizo de madera junto al señor cura, don Casimiro, que se ha arrepentido de
sus pecados, Chispas y yo, oímos el mensaje del general Franco por la radio,
regalo del delator a la iglesia:
“En el día de hoy, cautivo y desarmado el ejército rojo, han
alcanzado las tropas nacionales sus últimos objetivos militares. La guerra ha
terminado”
Adolfo me ha llevado a la estación de León; por primera vez
me he montado en un tren. No sé dónde voy, creo que muy lejos.
La vieja locomotora de vapor ha iniciado su marcha; me asomo
por la ventanilla y veo las figuras queridas y el paisaje de siempre
empequeñecerse cada vez más. El sabor áspero y seco del polvo tapona la
garganta pero no las lágrimas que caen como la nieve derretida de mis montañas.
En mis retinas quedará grabada para siempre la imagen de
Chispas apoyando el hocico en la vía del tren mientras éste partía; un mordisco
temprano de rencor he notado en mi corazón…
3 comentarios:
Bellisimos relatos referidos a épocas cercanas a la segunda guerra mundial.
Te dejo un gran abrazo, muy querida Ma.Angeles.
No sé cómo porque no conocía tu página, apareció tu perfil en mi pantalla destacándose una frase: "Me gustan las películas catalogadas como horteras". Para escribir algo así hay que tener gracia y oficio, así que pensé que no podía dejar de conocer tu blog. Enhorabuena por tu trabajo.
Me encanta volver a releerte y disfrutar de tu prodigiosa narrativa.
Abrazo grande!!
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