Amparo
tiene la vista cansada; son muchos años colgando imágenes en sus ojos del color
al caramelo hecho a conciencia. Un mechón dorado cae por su frente. El resto es
plata, no hay dinero para tinte. Desde que terminó la navidad está ahorrando.
La pensión es chiquita y su pasión desmesurada; no queda más remedio que hacer
recortes.
Se
acerca a la ventana, la luz es tibia y engrandece las puntadas con más nitidez.
El aroma de azahar anima la costura, ya falta poco. Sus dedos arrugados
titubean también en ellos cae el peso de los años, pero hay ilusiones, amores
que no pasan. Ahí siguen vivos para dar a los suyos lo mejor de sí misma. Sólo faltan los botones y la túnica estará
terminada. Después, un toque de plancha y la quinta generación estará preparada
para salir y manifestar su fe, sus costumbres, su idiosincrasia, ésa que se ha
transmitido de padres a hijos.
Ayer
rompió el cerdito de barro, hizo montones en monedas desmenuzadas y se fue al
mercado. Hace recuento de enseres para que no falte de nada. Cocinará a la
antigua usanza como la enseñó su abuela: puchero y fuego lento humeando las
paredes de la escalera y cuando lleguen los vecinos dirán “Amparito prepara ya
su semana santa”. Espera con cariño el regreso de los que partieron, pero que
siempre vuelven a sus calles, a su vida pasada porque el que es de Sevilla,
nunca olvida su tierra.
Ha
comprado bien de sal y el barreño ha salido del zaguán. Los chicos regresarán
con el aliento seco y el pie cortado, pero Amparo estará esperando, ningún
cofrade de los suyos se verá falto de consuelo y descanso.
Amparo
cose, cose y cose, mientras la tarde cae y el azul pavo del cielo ilumina
Sevilla. Mañana viernes de Dolores y ha de bajar a la Virgen, es camarera de su
Señora y ha de acicalar la blonda de oro que sirve de remate a las manitas de
su virgen y planchar las enaguas y, si es menester, sacar el brillo de la
plata… Ay si su Paco viviera, cuánto le echa de menos. Pasear de su brazo en la
mañana del jueves Santo por la calle Sierpes y sentir su mirada de soslayo
mientras roza la blonda de su mantilla. Esperar
su regreso por la plaza de la Alfalfa a eso de la luz que duerme y
despierta mientras su Cristo gitano es vitoreado en el barrio… ¡Ay, Paco!, qué
pronto te fuiste.
Amparo
siente el ruido de una llave en la puerta y, a continuación la alegría de su
hija Macarena “Madre, Madre, dicen que en el Gran Poder dejarán entrar mujeres
de cofrades, ¿tú crees que será verdad?” La carita de Macarena es luz, el rayo
de su Paco en cuerpo de mujer. Amparo sonríe mientras deja la costura, aprieta
a su hija con los brazos perdidos en hollejos; huele a bacalao, garbanzos y
espinacas… “Macarena, bajemos a la calle, ya es primavera en Sevilla, ya es
Semana Santa”
Amparo
sueña con sus cosas de siempre, coser los botones de una túnica del Carmen en el
silencio de una casa antigua de la cella Feria cuando ya en la madrugada y
todos se han dormido, y la túnica espera el último esmero de las manos
arrugadas. Para no perderse la entrada de su cofradía de San Bernardo porque ha de irse a casa, y preparar el vaso de
leche para los nietos que salen de la parroquia nada más que entran sus tramos.
Llegan cansados y ella quiere que cuando suban a casa no les falte de ná. Por
no faltarles, hasta ha sacado del altillo el barreño azul antiguo que, con agua
caliente y sal, humea en el cuarto de baño como el paraíso para los pies cansados.
Para ahorrar desde febrero, porque la paga no da pa más y con ese dinero
preparar las comidas que aprendió a hacer cuando joven, alimento de sabores
antiguos que llevan humeando más de una semana por las calles del barrio de San
Vicente y que Amparo quiere regalar a
los antiguos vecinos que regresan al barrio para ver salir a su cofradía.
El
sol entra por los ventanales de su recién encalada casa antigua que ahora es el
palacio real de los sabores; de la matalahúva, la canela, el ajonjolí, de los
guisos, del océano rojo por el que navega el bacalao, del bosque verde oscuro
de la olla de espinacas y la enjambra de los garbanzos. El sol también
tiene hambre y por eso se viene a su casa.
Ellas han estado siempre ahí, las mujeres. La vida durante siglos las ha relegado a un papel secundario que, al final, ha resultado ser el más primario y principal de todos. No han estado en los gobiernos, ni en los centros de decisión. La Iglesia las puso con velos, las cofradías a cortar capas. Han estado siempre tras el decorado, ante el que se han representado la vida del mundo. Pero nadie podrá hacer lo que hicieron ni lo que siguen haciendo. Nadie podrá imitar el tacto que han gastado esas manos ajustando el esparto amarillo al nazareno del Cristo de Burgos, ni la pericia en colocar los imperdibles a la capa del penitente de los Panaderos, ni la sabiduría para organizar la intendencia familiar en ese domicilio de los chalecitos del Nervión del que una mujer sale poco a ver pasos, porque disfruta más con el gozo de los demás que con el suyo.
Siempre han estado ahí. Miradlas en el misterio de las Siete Palabras. Solo un apóstol de los 12, Juan, se atrevió a acompañar a la madre del ajusticiado. Ellas no se amilanaron, ellos sí. Las tres acudieron sin miedos al lugar del martirio para estar en el sitio en el que tenían que estar. Miradlas sobre el paso de la Lanzada. Una de ellas se levanta de la roca del calvario y se dirige al centurión para pedirle a Longinos que cometiera la acción innecesaria de la lanza. Tuvo el coraje que les faltó a otros.
Hoy, cuando llevan ya más de 25 años vistiéndose de nazarenos, saliendo de diputadas, de fiscales, gobernando en las cofradías, nunca faltaran los botones bien puestos en una túnica, ni el vaso de leche caliente, ni el imperdible de la capa. Esas manos femeninas, las mismas que acarician en el Arenal el cuerpo del Hijo derramado en su regazo, son las que siguen moviendo hoy como ayer las horas de la Semana Santa.
Ellas han estado siempre ahí, las mujeres. La vida durante siglos las ha relegado a un papel secundario que, al final, ha resultado ser el más primario y principal de todos. No han estado en los gobiernos, ni en los centros de decisión. La Iglesia las puso con velos, las cofradías a cortar capas. Han estado siempre tras el decorado, ante el que se han representado la vida del mundo. Pero nadie podrá hacer lo que hicieron ni lo que siguen haciendo. Nadie podrá imitar el tacto que han gastado esas manos ajustando el esparto amarillo al nazareno del Cristo de Burgos, ni la pericia en colocar los imperdibles a la capa del penitente de los Panaderos, ni la sabiduría para organizar la intendencia familiar en ese domicilio de los chalecitos del Nervión del que una mujer sale poco a ver pasos, porque disfruta más con el gozo de los demás que con el suyo.
Siempre han estado ahí. Miradlas en el misterio de las Siete Palabras. Solo un apóstol de los 12, Juan, se atrevió a acompañar a la madre del ajusticiado. Ellas no se amilanaron, ellos sí. Las tres acudieron sin miedos al lugar del martirio para estar en el sitio en el que tenían que estar. Miradlas sobre el paso de la Lanzada. Una de ellas se levanta de la roca del calvario y se dirige al centurión para pedirle a Longinos que cometiera la acción innecesaria de la lanza. Tuvo el coraje que les faltó a otros.
Hoy, cuando llevan ya más de 25 años vistiéndose de nazarenos, saliendo de diputadas, de fiscales, gobernando en las cofradías, nunca faltaran los botones bien puestos en una túnica, ni el vaso de leche caliente, ni el imperdible de la capa. Esas manos femeninas, las mismas que acarician en el Arenal el cuerpo del Hijo derramado en su regazo, son las que siguen moviendo hoy como ayer las horas de la Semana Santa.
3 comentarios:
Te luciste y re bien.
Loor a la mujer sevillana.
Gran abrazo.
Es una preciosidad Mª Ángeles... emociona. Un beso grande. @Pepe_Lasala
Bravo! Gano tu equipo , Atlético de Madrid, el gran colchonero, al Barcelona por la UEFA y va a semifinales.
Aquí lo estuve viendo.
Felicitaciones!!
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