La idea no fue mía,
sino que partió de mi prima Blanca cuando dijo “La silla de"
pensar"..., lo has clavado. Anda que si mi taburete de la cocina hablara”
Me quedé observando aquellas palabras, mirando a la pantalla deseando coger mi
silla de pensar y traspasar con ella la pantalla del ordenador, seguro que
Blanca me estaría esperando sentada en su taburete. Nos miraríamos largamente
como si nunca lo hubiéramos hecho, al fin y al cabo nunca lo hicimos; las
circunstancias familiares de algún modo lo prohibieron. Pero un buen día, como
si todo tuviera su momento, como si la hora X estuviera esperando su
oportunidad, nuestros caminos se cruzaron.
Al principio no me di cuenta, yo iba
a lo mío, pero una mañana un destello del ordenador, de esa pantalla con la que
paso muchas horas mirándola, pensándome, creando, hizo que me parara y mirara un
nombre, un apellido. ¡Ostras!, me dije y me eché a reír y cada una seguimos
caminando con nuestras vidas aunque los encuentros iban siendo más asiduos, sin
forzar, dejándose caer, con naturalidad y aceptación.
No obstante no podía
dejar de pensar en mi madre “Si mamá lo supiera, te mandaba al paredón de fusilamiento
de sus fantasmas particulares”. Ante este pensamiento me revelaba pues los
hijos no tenemos la culpa de errores, malos entendidos, confrontaciones
familiares del pasado, de nuestros padres. Y así seguí con mi ruta personal
hasta que otro día y también de forma casual nuestras primeras palabras se
entrelazaron, comunicaron algo que aún no sé definir pero que prendieron la
primera fogata tibia para comenzar a
cocinar un caldo de sentimientos y una inteligencia intuitiva, no sé si de
Blanca o mía, pero que nos permitía aflorar nuestras conciencias y emociones de manera
pausada, sin prisa, a fuego lento.
Así iban surgiendo
las primeras cuitas, las primeras risas, la primera capacidad de recordar sin
duelos pues mi mochila era grande y pesarosa, traspasada de mis padres que sin
pena ni culpa, yo era la heredera de un pasado al que estaba atada por el
cordón umbilical de mis orígenes que para mí eran bastante escabrosos y,
aunque interiorizados, aún no era capaz a mirarlos de frente. Es más, no sabía
si quería mirarlos o no. Tal vez, me decían mis cavernas interiores, ya no es
el momento, ha pasado demasiado tiempo, déjalo estar.
Sin embargo, la vida
habla, habla constantemente y escribirla es la manera más profunda de leerla.
Tal ver por eso cuando Blanca escribió esa frase, deseé coger mi silla de
pensar y correr al encuentro de Blanca, sentarnos frente a frente y cada una
con sus pensamientos, nuestras sensaciones, escribir una historia juntas donde
no hubiera oscuridad sino entendimiento, al margen de familias que nunca
entendí y las que me impusieron sensaciones que tragué sin masticar. Las
familias unen, pero también son capaces de matar a los más nobles sentimientos
y afectos.
“No hay lugar en el
mundo como una cocina”, dije a Blanca. “Allí no solo se mascan alimentos sino
todo un mundo de sabores emocionales al calor de un puchero o en la soledad sentada
en tu banqueta de pensar” Ambas nos reímos mientas yo me daba cuenta cómo
íbamos tejiendo un nuevo linaje a la sombra de un recuerdo que no impedía
escribir nuevas páginas de nuestras vidas, esta vez juntas.
2 comentarios:
Mi querida amiga.
Escribes como los...indicados en tu bello segundo nombre. Eres pues un Ángel de la pluma.
Me encanta esta parte " paredón de fusilamiento de sus fantasmas particulares”. Dame la dirección, por favor.
Un besazo
La cocina es donde pienso más. Así me quemó siempre.
Besos de Reina
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