martes, 19 de septiembre de 2017

LA VENTANA

Hace un rato dejó de llover después de días carbonizados de agua y ceniza. Ahora entra un rayo de sol por la ventana. Es tierno y mestizo. La habitación se ha vestido de alegría y yo también.
Las plantas apostadas en la ventana brillan reventando su color verde entre las estrellas de agua que resbalan por sus hojas; sé que a Marcos le gustará mi casa.

Prepararé un chocolate caliente y lo pondré en la mesa camilla; está en el mejor lugar de la casa porque ves el ir y venir de la vida. En esta mesa me paso horas. Navego por Internet dándome unas alas increíbles. De vez en cuando retiro la mirada de la pantalla y miro por la ventana, siento que el mundo sigue ahí ante mis ojos. Por la mañana, las amas de casa, los estudiantes. Por las tardes, el paseo, las compras...

Aquí también escribo a mis amigos, esos desconocidos que encontré en la vida de internauta y que tanto me han dado. Hoy, por ejemplo, el chocolate que voy a preparar es para Marcos. Llevamos meses escribiéndonos, chateando y, al fin, hemos decidido conocernos. Le he invitado a venir, aunque me están entrando los nervios y sé el porqué.
Hay veces que le digo que él se ha convertido en mi mejor amigo, que me conoce mejor que yo. Desde que le conozco, sé que he cambiado, hasta mis padres me lo dicen. Antes era más huraña, insegura, reservada y de carácter agriado. Pero desde que mi padre me regalo el portátil, la vida de nuevo vino hacia mí.
... ¡Madre!, si son casi las cinco y estoy sin arreglarme; se me ha ido el tiempo en pensar lo feliz que soy...

José Daniel sigue delante del ordenador. Se atusa la calva tratando de encontrar una salida, pero ¿cuál?... Un padre hace por un hijo cualquier cosa que esté en su mano con tal de verle feliz. No repara en medios, ni en imaginación.
Cuando Beatriz, su hija de veintitrés años, tuvo el accidente de moto y se quedó postrada en una silla de ruedas, el mundo giró en torno a ella, pero nada de lo que hicieran devolvía un ápice de alegría a aquella criatura hasta que se le ocurrió comprarla un portátil. Lo malo es lo que siguió después. Se inventó un personaje, Marcos, y fue una mentira que se fue agrandando día a día, hasta hoy. Su hija esperaba a Marcos con una taza de chocolate y él, su padre, sin poderse bajar en la próxima estación...

-José Daniel, ¿te pasa algo? Estás pálido.
-Ah, hola, Rubén... -José Daniel se quedó callado mientras miraba a Rubén, el joven y recién estrenado tesorero de la empresa- Por cierto, ¿estás casado o tienes novia? - Rubén le pilló por sorpresa la pregunta, pero no pudo reprimir una sonrisa de comprensión hacia ese hombre que le estaba implorando.
- ¿Qué quieres pedirme, José Daniel? Me gusta mucho el chocolate, ¿me vas a invitar a tu casa esta tarde?
- ¿Cómo sabías...? -Los ojos de Rubén brillaron mientras se daba la vuelta hacia su mesa; ya era hora que recibiera un encargo. Llevaba seis meses esperando, ejerciendo de tesorero cuando en realidad era un ángel que se debía ganar las alas.

“¿Cómo sería la joven Beatriz?” Se preguntaba Rubén mientras revisaba unas cuentas, y buscaba en la memoria el capítulo de cómo no enamorarse de una mujer viva...

2 comentarios:

Beatriz Martín dijo...

Me he quedado enamorada de tu relato , me he sentido identificada con la primera parte eres muy buena lo disfruté mucho , un abrazote desde mi brillo del mar

Macondo dijo...

Cuánto peligro tienen a veces las buenas intenciones.
Buen relato.