Allí, en la Habana gaditana,
los barrios son calles de un suspiro largo y casas bajas de azúcar. De sus
balcones penden geranios de un rojo que revientan granas y pájaros cantantes
que silban a la mar en mañanas de luz.
Se hacen coro unos a
otros mientras en los patios de las casas abren las ventanas al mundo que
vive ahí fuera rodeado de mar y aroma a yodo.
En las entradas de las moradas
humildes no deja de relucir el verde de sus plantas y su azulejo andaluz.
Salía prendida de ese duende de
aguamarinas cuando un muchacho me paró. De una mano emergían trinos y al ir a
buscar el cante jondo pajarero mis ojos se toparon con unos brazos agujereados
de cavernas sin noche. Enmudecí, pero su voz insistió y le miré de frente… Aún
conservaba la luz del sur en su rostro a pesar de los estragos malditos a los
que aboca la vida a muchos débiles sin salida.
¿Por cuántos amaneceres
resistirían aquellos ojos de luz gaditana? Me pregunté apenada y los pajarillos
que llevaba me respondieron cantándome entre el azul y el blanco de aquella
tierra. Mi sonrisa yacía a sus pies y mis recuerdos colgados de una tumba de
aquel que sucumbió a los encantos de un sueño fácil, o de una huida a ninguna
parte.
Calle abajo, los trinos y
gorgoteos derrochaban una sonrisa amable en todo aquel que los escuchaba. Mis
pies fueron en su busca, mis oídos necesitaban de su trino mientras la tristeza
me hacía comprender las luces y sombras de una realidad en cualquier rincón del
mundo.
El sur es una tierra diferente,
tan hermosa que hasta la miseria tiene su luz propia…
1 comentario:
¿La Habana gaditana? ¡Y yo sin conocerla! Hacienda me paga pocos viajes. Me estoy dando de cuenta.
Besos de Reina
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